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martes, junio 15, 2004

Mar del Plata quemada 

Festival de Mar del Plata. Primera entrega. Todo por orden de visión:

The Tesseract (Oxide Pang). Puntaje: 4. Otra vez el viejo truco de repetir varias veces el mismo suceso desde distintos puntos de vista. La película tiene una mezcla clipera-publicitaria en el sentido utilizado por la crítica más rancia: banda sonora que son sólo canciones (mal) pegadas y esa suerte de post montaje que se popularizó mundialmente con las últimas entregas de Matrix (jueguitos entre imagen y sonido, cambios de velocidades y secuencias con planos de corta duración). Un momento visual interesante (una cogida que no se entiende muy bien y por momentos se filma con la cámara dada vuelta) dentro de una infinidad abrumadora de ‘cámaras imposibles’ y dos chistes buenos (uno, sobre un inventado Durion Pudin, muy bueno en realidad) dentro de una película publicitariamente sensiblera. Llama la atención que el catálogo del festival no mencionaba que la película estaba basada en una novela de Alex Garland, pero es entendible cuando se nota que la adaptación es muy mala. Muchísimo menos que la inflada The Eye que se exhibió en el MDQ anterior.
Hasta después de muerta (Parravicini, Gunche, De la Pera). Puntaje: 2. De los responsables de Nobleza Gaucha llega este intento silencioso de cruza entre comedia y melo. Chistes que atrasan casi un siglo (plop!) y que buscan el humor en todos los lugares equivocados (siempre fue pelotudo asumir que la gorda no coge aunque quiere y burlarse de eso) y pasiones contenidas al no permitirse jamás la cursilería. Lo peor es que parece un libro (mal escrito) con alguna imagen: los intertítulos son eternos y vuelve redundante a lo visual. El trío Kabusacki-Mango-Samalea sigue funcionando para musicalizar películas mudas e intenta levantar bodrios como este. Lo más interesante fue la introducción de Fernando Martín Peña y Pino Solanas sobre la importancia de la recuperación de los clásicos del cine nacional y el trabajo de APROCINAIN. Salvador Samaritano es muy simpático, pero ya está medio gagá.
Los soñadores (Bernardo Bertolucci). Puntaje: 10. Homenajes para todos lados, de los obvios (aunque en ese ’68 francés no eran tan obvios como ahora) y los no tanto. Una película completamente emotiva (¿puede no serlo una película en la que se vea a Jean-Pierre Léaud?) en la que cada imagen o sonido evoca al lugar en el que muchos se sienten más cómodos: una sala de cine. Una película especial para quienes disfrutan de la primera fila de una sala y para ser vista desde ahí (gracias jubilados agota entradas de mdq). En la película se cita a Godard diciendo que Nicholas Ray es cine, sin saber bien si eso es bueno o malo. De Bertolucci se puede decir lo mismo. Filma como nadie cada plano, sonido, movimiento, personaje (comparen como se ve Liv Tyler en Belleza Robada y como en Eso que tú haces o, para ser más crueles, en Armageddon). Cuando una película se ve así, no hay puntos bajos.
Farsa Reel 1. Puntaje promedio: 5. Los chicos de Farsa tienen ideas y se notan sus buenas intenciones. Pero adolecen el problema de la mayoría de los freaks: falta de discernimiento. Al ¿corto? de Mirtho, que dura casi una hora, le sobran 40 minutos. Se entiende, porque se siente imposible poder cortar a Santiago Segura, Jason Patric o Alex De la Iglesia. Pero es necesario. El avance del cuarto film de Farsa parece estar a mitad de camino. Se percibe la sensación de que le va a sobrar algo. Una lástima. El corto del último minuto de vida es un gran chiste, pero es de esos que tienen gracia sólo en una primera mirada. No hay que dejar de reconocerles una gran virtud: hicieron soportable a Damián Dreyzek a través de Panza. Ese es el corto más logrado de la proyección y decae sólo con el remate final, pero no adolece jamás de los tan comunes problemas narrativos. Además, ahí lograron algo impensable: las actuaciones son todas estupendas, toda una rareza genérica.
Dealer (Benedect Fliegauf). Puntaje: 8. Directo desde Hungría llega esta rareza, a la que la descripción del film la emparienta con otra rareza húngara: Sátántangó de Béla Tarr. En los escasos 160 minutos (si es que se los compara con los 450 de Tarr) la cámara suele tomarse unos diez minutos para completar un plano de 360° alrededor del personaje que esté hablando sin parar. Se nota mucho el trabajo que se hizo tanto sobre los colores del film como en todo el aspecto sonoro. Con varios momentos ideológicamente reprochables, pero si bien la ironía de usar una cama solar como cajón no tiene un grado de sofisticación interesante, es innegable que Fliegauf se las arregla para que se vea bien. A nadie le interesa (y está bien que así suceda), pero la película se llevó un par de premios.
Naza Chong.
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